Al mirarla me pregunté que sentía la niña de los
cabellos largos que en catarata ondulada se deslizaba por su espalda.
Miraba en la lejanía, una tristeza abrazada al desconsuelo de sentirse
herida . Entrecerró sus ojos, abrió sus brazos y siguió en silencio de
cara al cielo. La observé plasmada ante un horizonte de rayos ya casi
muertos como muerto estaba su corazón, atravesado por la lanza del
desamor. Su juventud tan fresca y su alma tan ajada y vieja, la niña de
mis sueños sufría murmurando desaliento. Intentó recordar que sentía
cuando vivía dentro, en la entraña misma de un nido interno. Bajó su
mirada hacia un sol que se escondía terminando otro día, sentada sobre
la tierra donde había corrido cuando más pequeña, apoyó la ternura de
sus manos sobre un vientre que no crecería. Habían pasado ya seis largos
meses le indicaba el calendario de su mente, imaginaba un apenas
visible rostro de quien no conocía pero que amaba desde que supo vendría
a compartir sus momentos de juventud, a caminar de la mano de la casi
mujer en que la convertiría. Las lágrimas acompasaban el dolor
contenido, los meses escondidos en su almohada, las confidencias en la
noche a ella misma, mascullando soledades y abandonos a quien no
merecía. Como decirle adiós al sueño no cumplido, al nombre esperado, al
rotulo magnifico que significaba ser parte viva de mi niña, como
olvidar que su cinturita de princesa se ensanchaba mientras contaba los
días. Se llamaría Juan como el Bautista, se llamaría Pedro como el
primer papa de la Biblia que tantas veces le habían leído mientras
intentaba dormir pequeña, arropada en brazos de su abuela. Tal vez sería
María como la Santa Madre o Isabel como su prima. No podía rearmarse de
la pérdida, tan joven y vital, tan ajena a lo que sucedía, puesta toda
ilusión en el niño que no nació. Descarnada en el dolor atinó a decir en
alta voz : "yo quise al niño querido Dios, lo amé al instante del mismo
amor...........".Me avergonzè al oírla y ser protagonista de su diálogo
con ella misma y su Señor. Me prometí callar, como un sacerdote en la
confesión, guardar con recelo la maternidad truncada de la niña de mi
corazón.
Yuli (Octubre '12)
Un dolor profundo...agobiante...y la impotencia, el desconcierto...
ResponderEliminarEso está en tus palabras, muy claro.