sábado, 11 de mayo de 2013

La mujer del primer piso y los habitantes de abajo

Su paso era decisivo, firme.  Los hombros erguidos indicaban la seguridad ganada mientras transcurría el último año allí hacia donde dirigía su mirada, al piso de arriba.  Apoyó el bolso marinero, trajinado por tantas idas y venidas, una media a rayas asomó provocativa enganchada al manojo de llaves.  Demasiado conocido resultaba el sonido tintineante desde donde se balanceaba la inicial de su nombre, Esperanza.  La observé sonreír ante lo que imaginé, la historia de aquella media metida a las apuradas en el bolso de la mujer. Al simple tacto supo que llave pertenecía a la cerradura de la reja tan conocida, la cual abría hacia adentro del pequeño espacio, casi verde, gastado por años de tránsito de huellas invisibles marcadas en ese tramo de laja sin color.  Por un instante, al darme la espalda la vi clavar la mirada en  la puerta del primer piso, contó tres escalones sin terminar, el moho bajaba paseandero y libre desde el techo de tejas. Cualquiera hubiera dicho que era hiedra atrapando la pared solo cementada del que fuera su hogar.  Habitualmente concluía su entrada empujando con su pie la reja, lo supuso por la rapidez y el sonido que producía aquel gesto.  Subió los escalones y se enfrentó a la vieja puerta, descascarada de barniz y añejada por las tantas estaciones de humedad, sol, lluvias cortas otoñales y de primaveras más alguna granizada de entretiempo. La llave en su mano calzaba perfecta y masculina en la ranura femenina de la cerradura, giró dos veces y se dio el tiempo suficiente de recorrer los diez escalones que tantas veces subiera, bajara, escondiera llantos y fueran testigos de nuevas pisadas.  Como otras veces me interné en su vida, convertida en testigo de una mujer nada extraña para mí, conocida vecina desde la llegada, con sus pocos años, al barrio perdido en zona sur.  La seguí en silencio, mi paso detrás, espíritu el mío, tan corporal el suyo, aún cuando diera la vuelta no me vería. mi refugio era la invisibilidad, el suyo el hogar deshojado, despojado no solo de muebles.  los aromas del pasado, recordó el aroma de los sahumerios en las habitaciones. Esos rincones conocidos parecían llamarla desde el silencio, flotando en aquel mundo deshabitado, sin vida ni color.  Concentré mi atención en Esperanza, quien recorría los baldosones lentamente, rozando la yema de sus dedos en la pared de los pasillos.  Aún temía la oscuridad, rememoró el andar a tientas por la casa.  La mujer del primer piso estaba parada en la nada, que tiempo atrás fuera su todo.  Extendió la mano para abrir su dormitorio y risueña recordó la desaparición misteriosa de los picaportes, empujó la puerta y echó una mirada al interior del que fuera el dormitorio compartido con el hombre llamado pasado.  Faltaba embalar las carpetas, los escritos, historias imaginarias de princesas ya maduras y caballeros panzones buscando un rescate pago de carne aún torneada.  deseaba sentir lo que trasncurría en su interior, pero debía acercarme por detrás e instalarme cómoda en su corazón palpitante de historias y amores pasados.  Con un leve suspiro fuimos dos, yo en ella y ella mi espíritu, logré ser fibra íntima y  musa inspiradora del cuento que concluía. Nos dirigimos juntas al patio trasero, lugar de mascotas, canteros con lazos de amor infinitos y malvones que ya no florecerían sin riego. La canilla no goteaba más, no había mano que la girara para agrandar la mancha verde sobre la baldosa. Un dejo de tristeza se apoderó de su interior, se agolparon las noches de tormentas y tormentos, no había nada allí que le perteneciera, solo un puñado de ladrillos. Anudado el estómago y con el alma a punto de dar un salto, me aferré con fuerza al esqueleto frágil de la mujer, no la dejaría ir, eso significaba quedarme aquí a solas con su soledad. Me obligué a no dejarla expulsarme, aprendí de ella la decisión de permanencia y lo aguerrido de su carácter. Sentí la expansión interna al inspirar lo poco que quedaba, apenas aire, su ser corporal había cumplido, se llevó todo ya que los de abajo querían los ladrillos.
Todo significaba incluir los sonidos de la cucharita revolviendo el café  golpeteando el interior de la taza, los platos al agolparse en el escurridor, la música mañanera para despertar al niño, el arrastre de las sillas al encerar, el sonido del agua de ducha en su melodiosa caída. todo se los quitó con justa causa, nunca más el tema del cantante favorito flotando sobre la habitación de quien fuera su marido ayer, hoy un desconocido habitante de abajo. Hizo una lista mental de pertenencias, mobiliario, aromas, fotos sin papel grabadas en la memoria, la voz de su gente que siempre sería quería, muy a pesar suyo, secuencias de una vida juntos que concluía. Terminaros las constantes quejas, reclamos, reproches que perdían sentido y porqués sin respuestas. Esperanza dejó atrás el dolor, guardó en la mano una tiza verde de su hijo, bajó los escalones, pero esta vez con la altivez de una reina y cerró sonoramente la puerta del primer piso....Pero antes debía hacer algo, dibujar un punto en la puerta de salida, el punto final de un triste final.  Su alma inquieta se aquietó por fin, me acoplé a ella, ya no dos, eramos otra vez una.  Sus manos estaban ocupadas, tomaban las de sus hijos. Nos dirigimos juntas a un nuevo destino. Arrimándome a Esperanza dijimos adiós a los habitantes de abajo.
                                                                             
                                                                                             Yuli ( Mayo '13)


1 comentario:

  1. Emotivo!! se empañaron mis ojos al leerlo.
    Lo mejor para vos y que siempre la luz de la esperanza sea tu gúía.
    te quiero mucho

    susana ruggiero

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